En el pueblito de mi infancia
Era la inmensidad del cielo con sus millones de estrellas titilando y brillando, una luna que irradiaba una tenue luz amarilla dando un aire casi mágico a todo aquel ambiente adornado de esponjosas nubes que no dejaban de pasar.
La brisa era fría, envolvía, arropaba, acariciaba desde el cuerpo hasta los mas sublimes recuerdos. Se respiraba tranquilidad, libertad y entonces sentir tamaña paz era inevitable.
De día, solo hace calor y brisa abrasadora que intenta mover desenfrenadamente los abundantes cactus, cujíes y tunas que crecen a pesar del implacable clima. El sol calienta la pequeña y verde ciénaga regalando un sudor desesperante.
Nadie podría imaginarse que en la noche ese pequeño pedazo del mundo adquiriera tal místico encanto. Me sentí afortunada de poder estar allí, embriagada de tanta naturaleza, respirando ese aire tan limpio ya que hacía tiempo que no me maravillaba con algo tan bello y auténtico pero tan simple a la vez.
Era una especie de sueño que en ese momento me hacía volver a mi niñez, cuando me enamoré por primera vez de aquel lugar, recordando con ternura infinita aquellos tiempos donde jugaba a ser la princesa, a ser héroe, donde en el patio de aquella casita creía ver hadas de colores, corría para no perderme las flores moradas 'bella a las 11' que tenía mi abuela o echarme debajo del limonero a ver como cobraban vida las hojas de ese árbol para dejar pasar los rayos del sol. No había internet o televisión pero nunca los necesité porque todos esos naturales detalles atrapaban mi atención.
Sobre una loma, se erigía la pintoresca casita de bahareque que poseía puertas de madera donde podía contemplar a través de las tablitas que conformaban la reja de la ventanita, con cierta admiración y cautela, a eso de las tres de la tarde un café negro humeante y un pedazo de pan dulce que le hacían compañía a un hombre viejo que se sentaba con las piernas cruzadas, usando unos inmensos lentes cuadrados con demasiado aumento y que tenía largos dedos que le servían para sostener con elegancia las grandres páginas del periódico del día.
Aquella imagen era desconcertante e interesante incluso para una niña porque a pesar de la quietud de la hora y el calor imposible,yo no podía evitar mirarle sentado correctamente luciendo una impecable camisa de botones mientras dejaba reposar el periódico en sus piernas y acto seguido levantaba la taza para sorber con cierto gusto el aromático café negro y buscaba el diccionario. Así pasaban las tardes, sin importar que estuviera haciendo yo, si jugando o recogiendo los limones ya maduros que caían desperdigados en el suelo, siempre me atrapaba la visión de ese hombre mojando el pedazo de torta o arepa pelá en el respectivo café luego de su escrutinio vespertino a los libros o artículos de cualquier material de prensa escrita que se le cruzara en el camino.
Descubriéndome varias veces que lo miraba, me sorprendía que en vez de regañarme me examinaba con sus ojos de búho y en un instante su cara, su seriedad ya no metían miedo. Solo se transformaba de manera tierna e infantil en cachetes rosados y sonrisas para su nieta invitándome a leer y enseñándome a amar la lectura.
Pasó una estrella fugaz y volví al presente inmediatamente. Me estremecí al darme cuenta que me había ido un buen rato de paseo a mis recuerdos y de esa manera, con el celaje de la promesa luminosa que acababa de surcar mi vista, el cielo estuviera confirmándome que todo aquello si había ocurrido. Como si el firmamento estuviera recibiendo con agrado y amor todas esas memorias.
Entonces sonreí. Se hizo el nudo en mi garganta y no pude evitar soltar las lágrimas que había reprimido al recordar a mi abuelo. pensaba en versos hermosos y solo se me ocurrió que ese montón de palabras preciosas únicamente podía estar susurrándomelas él. La serenidad de aquel paisaje me hacia ver en ese momento con mas claridad su cara aunque ya no estuviera ese rostro impasible, tranquilo, con aire de prócer serio pero sabio en este plano terrenal. Casi sentí su profunda, señorial y grave voz en la gutural oscuridad.. Entonces fué cuando supe que tenia que escribir, o que tenía que empezar a escribir aquí, en el pueblito de mi infancia.
Se escuchaban las ramas de los árboles al mecerse con la agitada y fría brisa mientras los grillos entonaban con el característico cri-cri desde las tienieblas su melodía nocturna mientras yo seguía como en algún tipo de sopor contemplando las estrellas.
Me dió un escalofrío. Ya la brisa empezaba a helar y me abracé a mi misma continuando en mis cavilaciones, llenándome de pensamientos filosóficos y profundos. La vida no podía valer mas la pena que en ese momento donde en ese pedazo de cielo que mis pupilas podian captar yo sentía que se me asomaba la galaxia. Era una noche de gala, una noche estrellada como pocas veces habia visto. Era raro, pero así fue como supe que el viejo Facundo me la estaba regalando.
Que dicha fue el saberme viva, el respirar, poder sentir el aire corriendo en todas direcciones alborotándome el cabello a su paso. Sonreí nuevamente invadida de nostalgia. Luego me sentí feliz descubriendo en ese instante que el hogar de las fantasías que anidaron mi niñez si era mágico después de todo y me dieron ganas compartirlo con alguien. Alguien que lo entendiera y se maravillara como yo de algo tan natural y bello.
La brisa era fría, envolvía, arropaba, acariciaba desde el cuerpo hasta los mas sublimes recuerdos. Se respiraba tranquilidad, libertad y entonces sentir tamaña paz era inevitable.
De día, solo hace calor y brisa abrasadora que intenta mover desenfrenadamente los abundantes cactus, cujíes y tunas que crecen a pesar del implacable clima. El sol calienta la pequeña y verde ciénaga regalando un sudor desesperante.
Nadie podría imaginarse que en la noche ese pequeño pedazo del mundo adquiriera tal místico encanto. Me sentí afortunada de poder estar allí, embriagada de tanta naturaleza, respirando ese aire tan limpio ya que hacía tiempo que no me maravillaba con algo tan bello y auténtico pero tan simple a la vez.
Era una especie de sueño que en ese momento me hacía volver a mi niñez, cuando me enamoré por primera vez de aquel lugar, recordando con ternura infinita aquellos tiempos donde jugaba a ser la princesa, a ser héroe, donde en el patio de aquella casita creía ver hadas de colores, corría para no perderme las flores moradas 'bella a las 11' que tenía mi abuela o echarme debajo del limonero a ver como cobraban vida las hojas de ese árbol para dejar pasar los rayos del sol. No había internet o televisión pero nunca los necesité porque todos esos naturales detalles atrapaban mi atención.
Sobre una loma, se erigía la pintoresca casita de bahareque que poseía puertas de madera donde podía contemplar a través de las tablitas que conformaban la reja de la ventanita, con cierta admiración y cautela, a eso de las tres de la tarde un café negro humeante y un pedazo de pan dulce que le hacían compañía a un hombre viejo que se sentaba con las piernas cruzadas, usando unos inmensos lentes cuadrados con demasiado aumento y que tenía largos dedos que le servían para sostener con elegancia las grandres páginas del periódico del día.
Aquella imagen era desconcertante e interesante incluso para una niña porque a pesar de la quietud de la hora y el calor imposible,yo no podía evitar mirarle sentado correctamente luciendo una impecable camisa de botones mientras dejaba reposar el periódico en sus piernas y acto seguido levantaba la taza para sorber con cierto gusto el aromático café negro y buscaba el diccionario. Así pasaban las tardes, sin importar que estuviera haciendo yo, si jugando o recogiendo los limones ya maduros que caían desperdigados en el suelo, siempre me atrapaba la visión de ese hombre mojando el pedazo de torta o arepa pelá en el respectivo café luego de su escrutinio vespertino a los libros o artículos de cualquier material de prensa escrita que se le cruzara en el camino.
Descubriéndome varias veces que lo miraba, me sorprendía que en vez de regañarme me examinaba con sus ojos de búho y en un instante su cara, su seriedad ya no metían miedo. Solo se transformaba de manera tierna e infantil en cachetes rosados y sonrisas para su nieta invitándome a leer y enseñándome a amar la lectura.
Pasó una estrella fugaz y volví al presente inmediatamente. Me estremecí al darme cuenta que me había ido un buen rato de paseo a mis recuerdos y de esa manera, con el celaje de la promesa luminosa que acababa de surcar mi vista, el cielo estuviera confirmándome que todo aquello si había ocurrido. Como si el firmamento estuviera recibiendo con agrado y amor todas esas memorias.
Entonces sonreí. Se hizo el nudo en mi garganta y no pude evitar soltar las lágrimas que había reprimido al recordar a mi abuelo. pensaba en versos hermosos y solo se me ocurrió que ese montón de palabras preciosas únicamente podía estar susurrándomelas él. La serenidad de aquel paisaje me hacia ver en ese momento con mas claridad su cara aunque ya no estuviera ese rostro impasible, tranquilo, con aire de prócer serio pero sabio en este plano terrenal. Casi sentí su profunda, señorial y grave voz en la gutural oscuridad.. Entonces fué cuando supe que tenia que escribir, o que tenía que empezar a escribir aquí, en el pueblito de mi infancia.
Se escuchaban las ramas de los árboles al mecerse con la agitada y fría brisa mientras los grillos entonaban con el característico cri-cri desde las tienieblas su melodía nocturna mientras yo seguía como en algún tipo de sopor contemplando las estrellas.
Me dió un escalofrío. Ya la brisa empezaba a helar y me abracé a mi misma continuando en mis cavilaciones, llenándome de pensamientos filosóficos y profundos. La vida no podía valer mas la pena que en ese momento donde en ese pedazo de cielo que mis pupilas podian captar yo sentía que se me asomaba la galaxia. Era una noche de gala, una noche estrellada como pocas veces habia visto. Era raro, pero así fue como supe que el viejo Facundo me la estaba regalando.
Que dicha fue el saberme viva, el respirar, poder sentir el aire corriendo en todas direcciones alborotándome el cabello a su paso. Sonreí nuevamente invadida de nostalgia. Luego me sentí feliz descubriendo en ese instante que el hogar de las fantasías que anidaron mi niñez si era mágico después de todo y me dieron ganas compartirlo con alguien. Alguien que lo entendiera y se maravillara como yo de algo tan natural y bello.
~Muy bueno, me encanto! A véces el recordar esos hermosos momentos de nuestra Niñez, nos enseñan a crecer que aun existe esa extraña conexión que nos une... Con ese mundo a donde va todo aguel que nos abandona físicamente; pero que a su vez estarán en nuestro corazón por siempre. :)
ResponderBorrarHola, no sabia que me habias leido. Gracias!
ResponderBorrarQue hermoso prima!!tus palabras me llevaron a ese pueblitontan hermoso y recordar tanto al abuelo!! Q bella!💜😇
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